DIRECTORIO DE APOSTOLADO DE LA COMUNIÓN

 

DIRECTORIO DE APOSTOLADO
PERSPECTIVAS, OBJETIVOS Y CAMPOS DE APOSTOLADO DE LA COMUNIÓN “SANTA MARÍA DEL NUEVO ÉXODO”

I- NUESTRA VISIÓN DEL EVANGELIO Y LA MISIÓN DEL CRISTIANO

1. Creemos firmemente que el centro del Evangelio lo constituye la proclamación de que, en Jesucristo, ha iniciado la nueva creación, cesando la situación de cerrazón y de aislamiento en que se encontraba el ser humano y, abriéndose para todos, la posibilidad de alcanzar la realización en la amistad y la comunión con Dios. La nueva creación no destruye sino asume, transforma y abre a la primera creación el camino que le permite llegar a su plena realización. Esto se debe a que, por la encarnación, muerte y resurrección de Jesucristo, se ofrece, a toda persona humana, la posibilidad de realizar su vocación fundamental al nuevo ser -desarrollado como apertura a la trascendencia-, y hacia el cual está existencialmente orientado, por haber sido creado para realizarse como imagen y semejanza de Dios. El misterio de la nueva creación, partiendo del ser humano que puede ser reconocido como rostro, conciencia y protagonista del destino del mundo, abarca también a todo el cosmos.

2. Por lo tanto, para la persona humana, la nueva creación implica la posibilidad de llegar a alcanzar, como criatura nueva, su plena liberación y la realización de todo su potencial y expectativas. El proceso de la nueva creación se constituye por la convergencia de dos elementos: por una parte, el don gratuito que hace Dios de su Espíritu y, por otra, la aceptación libre que hace la persona del ofrecimiento divino. La aceptación libre de la persona implica optar al menos por asumir tres actitudes básicas: el reconocimiento de su desvalimiento total y de su situación de pecado; la renuncia a toda pretensión de autosuficiencia; y, finalmente, la apertura a dejar que el Espíritu se convierta en el criterio de decisión y en el principio de acción personal.

3. Dentro de este horizonte, se puede decir que el ser de la criatura nueva, efectivamente se va construyendo y que, a través de su actuar, la nueva criatura no solamente va haciendo historia, sino llega a ser en la historia.

4. El nuevo ser, sin embargo, por su peculiar naturaleza, fruto del don gratuito que Dios hace de sí mismo –por el Espíritu que envía para justificar– y de la decisión libre del ser humano –de reconocer su pequeñez y confiarse a Dios a través de la fe–, no se convierte nunca en posesión sino se mantiene como presencia que siempre tiende hacia algo nuevo y mayor, como dinamismo y como horizonte. No obstante, en la persona se genera una auténtica experiencia, con su correspondiente conocimiento originario. Como resultado de esta realidad que se genera, la criatura nueva descubre que la actitud fundamental que le permite el desarrollo del nuevo ser es la de conversión, vista como vaciamiento de lo que se ha alcanzado, como reconocimiento radical del propio desvalimiento y como apertura, cada vez más radical, a recibir el don gratuito y siempre inmerecido que Dios hace de su Espíritu. Así pues, el nuevo ser nunca se posee sino se presencia, se experimenta y se mantiene en la medida en la que incesantemente se abre a ser trascendido.

II EL EVANGELIO Y LAS EXPECTATIVAS RELIGIOSAS DEL SER HUMANO

5. El Evangelio se presenta como la posibilidad ofrecida al ser humano de alcanzar su plenitud. La Escritura basa esta cualidad, en la misma estructura fundante de la persona, creada como imagen y semejanza divina.

6. De diversas formas, tanto la teología como numerosas corrientes religiosas, filosóficas, literarias y de otra índole, han tratado de explicar la apertura existencial del ser humano a la trascendencia, como horizonte interpretativo y motor de toda la acción y del desarrollo de la historia.

7. Desde la fe, al reconocer no sólo la dimensión creatural del hombre sino el carácter universal y real que tiene la muerte y resurrección de Jesucristo, nosotros creemos que la fuerza de su resurrección, la acción de su Espíritu y el proceso de desarrollo de la nueva creación, no son solamente una promesa, una aspiración o una esperanza escatológica sino son ya, desde ahora, una realidad presente y actuante en toda la creación y, particularmente en cada ser humano, independientemente de que éste tenga o no conciencia refleja de la realidad, la eficacia, la novedad y el dinamismo al que el misterio de Cristo le ha abierto acceso. En cuanto al ser humano, reconocemos que el proceso de la nueva creación no se realiza sin el concurso de su libertad. La libertad, no obstante, puede estar mediada y ser ejercida bajo la conciencia de la más variada gama de representaciones e interpretaciones: desde aquellas específicamente cristianas, hasta las configuradas a través de otras formas religiosas e, incluso, de formas seculares o explícitamente antirreligiosas.

8. Desde esta perspectiva, podemos sacar una serie de conclusiones que son importantes para la determinación de las perspectivas, objetivos y campos de nuestro apostolado:

8.1. Ante todo, a reconocemos que la presencia del Reino en la vida del ser humano no es simplemente una promesa sino es una realidad que actúa eficazmente como posibilidad existencial, como impulso y como dinamismo, aunque la gran mayoría de la población mundial no tenga conciencia refleja de esta dimensión. Este es uno de los sentidos en los que entendemos la frase del Evangelio “El Reino de Dios está dentro de ustedes”.

8.2. Como consecuencia, la acción apostólica y evangelizadora, no tiene como objetivo el ofrecimiento de algo extraño y, menos aún, impuesto o accesorio. Se podrá tratar de algo desconocido –en el caso de los no cristianos–, pero es una realidad que está actuando dentro de cada ser humano y que, aunque debe ser reconocido como trascendente en cuanto a su origen y a su meta, es radicalmente inmanente en cuanto a su presencia y eficacia. San Agustín, en su Confesiones, nos narra precisamente esta realidad, como parte de su experiencia personal, cuando afirma que entrando dentro de sí mismo, fue como se encontró con su propia identidad y en el fondo de ésta, con el Dios revelado por Jesucristo: “Tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían” (Confesiones 10, 27). Por lo mismo, el apóstol está llamado ante todo a reconocer, en lo concreto de la existencia de cada ser humano, es misteriosa pero real presencia del Reino. Y este reconocimiento se debe transformar, en primer lugar, en actitud de respeto, de valoración e incluso de veneración hacia cada persona. De esta manera, la actitud del apóstol se convierte en el espejo por el cual el destinatario de la acción apostólica puede descubrir, en sí mismo, la realidad del anuncio que se le hace y abrirse al reconocimiento e interpretación de esa fuerza actuante en su interior, como la presencia del Reino, donado por mediación de Jesucristo.

8.3. Para que el apóstol pueda tener esta capacidad, es indispensable que, en cierta forma, desarrolle y viva una experiencia mística. Es solo desde esta dimensión, desde donde se logra percibir, interpretar y traducir en respecto, veneración y solidaridad hacia el otro, la presencia del Reino. Esto se hace especialmente necesario en los casos en los que la misma está escondida detrás de situaciones de desesperación, de marginación e incluso de contradicciones morales o de cualquier otro tipo. El apóstol, para poder ejercer su misión tiene que ser aquel en quien, por excelencia, se cumple la bienaventuranza: “bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”. Él está llamado a ser quien, desde la profundidad de su propia fe y experiencia, logra reconocer la presencia del Espíritu de Cristo Resucitado, actuando eficazmente y en signos concretos, en la vida de cada persona. Y esto sólo es posible desde el silencio, la profundidad, la contemplación, la transparencia de corazón, la sensibilidad mística. Su misión no consiste, pues, en predicar doctrinas, atemorizar conciencias o imponer normas. Esto sería mitologizar el cristianismo y hacer que perdiera su especificidad. Sería, como de hecho ha sucedido con demasiada frecuencia en la historia, convertir el servicio en autoridad y poder; la liberación en subyugación y la libertad en sumisión. El secreto de los apóstoles y la eficacia del testimonio que dieron radicó, indudablemente, en que lo que anunciaban, por absurdo, paradójico e incluso escandaloso que pareciera, podía ser reconocido como cierto al tener la capacidad de traducirse en experiencia para los creyentes. Ellos mismos, si llegaron a creer en la resurrección, no fue tanto por las apariciones del Señor Resucitado que hubiesen podido tener sino porque, es su vida cotidiana, vivían la experiencia de la presencia actuante y eficaz del mismo Jesús con el que habían convivido, que había sido clavado en la cruz y había muerto. Y esto se puede decir también de los que, a través de su testimonio llegaron a creer: el dinamismo para creer y crecer en la fe no lo constituían ni la elocuencia ni los milagros y, menos aún, los argumentos de autoridad –como con frecuencia se ha tendido a pensar–, sino la posibilidad de traducir en experiencia, en conocimiento intuitivo, en consenso y en sintonía eclesial, cuanto se proclamaba como Kerygma. La respuesta que, según el Evangelio de Juan, habría dado Jesús a la pregunta de Andrés y el otro discípulo acerca del lugar en donde vivía: “Vengan y lo verán”, con todo lo que está implicado detrás de esos términos, seguía siendo crucial en el camino de fe de los creyentes: a partir del seguimiento del Señor resucitado, hecho desde la renuncia y la fe celebrada en la comunidad, se llegaba a “ver” el sentido de cuanto se creía y se reconocía la presencia actuante del Reino, a través del Espíritu de Jesús.

8.4. Además es oportuno tener en cuenta que la presencia del Reino, al no contar con los medios y mediaciones a las que tiene acceso quien ha reconocido en forma explícita el Evangelio ni al dinamismo que genera la economía sacramental, por lo novedoso e inaudito que implica y, por tratarse de un don totalmente gracioso e inmerecido, difícilmente se interpreta en el sentido adecuado. Por lo mismo, con mucha frecuencia, si se es incapaces de reconocer el carácter de trascendencia que tiene el Reino, con facilidad se pueden asumir actitudes de autosuficiencia y su misteriosa presencia se puede interpretar en forma equívoca, tanto en perspectiva religiosa como secular. Además, por el carácter totalmente novedoso que tiene este don, difícilmente es buscado directamente como tal, pues es inimaginable o, por lo menos se percibe como totalmente inalcanzable para el ser humano. Por lo mismo, ante la percepción de que lo único que puede ser alcanzado por la persona humana es irremediablemente fútil, pasajero, intrascendente e incapaz de satisfacer las expectativas profundas, ante las situaciones límite, se tiende a tratar de buscar formas de negociar con lo que se reconoce como Trascendente, para que dé cierta estabilidad y permanencia a lo cotidiano, dado que es lo único que se vislumbra como posible y accesible al ser humano.

8.5. Como resultado, muchas de las formas religiosas y, gran parte de la relación con la divinidad, se limita ser instrumentalizadas como medio para conseguir algún tipo de permanencia a lo fugaz y transitorio que está al alcance del ser humano. Así, muchas de las representaciones y acciones religiosas y, particularmente de la oración y el culto, se reducen a utilizarse como medios para alcanzar la tranquilidad y la ilusión de permanencia, en medio de la experiencia generalizada de transitoriedad. Precisamente por ello, las formas y servicios religiosos que responden más directamente a esta demanda, son los más buscados y los que logran atraer y mover con máxima facilidad a las masas. Entre las formas que, con mayor frecuencia, se utilizan para responder a esta demanda están las expresiones cultuales –el sacramentalismo, por ejemplo-, las expresiones emotivas –el propiciar experiencias que provocan estados sicológicos paranormales-, y las formulaciones doctrinales que indican con precisión todo lo que se debe pensar, decir y, sobre todo, hacer, para estar seguros de alcanzar la añorada salvación –desarrollando diversas formas de dogmatismo-.

8.6. Estas formas de expresión –cultualismos, sentimentalismos y emotividades exaltadas, dogmatismos, etc.-, con sus variantes, pueden ser identificadas como elementos, más o menos constantes, en todas las religiones. También en las diversas tradiciones cristianas esto no solamente se da entre grandes porciones de los fieles, poco formadas o que han personalizado poco en su fe, sino también se da, con mucha frecuencia, como marco de referencia aceptado a-críticamente, por muchos sectores que ejercen funciones de reflexión o de gobierno.


III NUESTRO COMPROMISO APOSTÓLICO

9. Desde la perspectiva antes descrita, que consideramos como paradigma fundamental, dentro del cual vamos a interpretar y a ubicar los elementos contenidos en nuestra ACTA FUNDACIONAL Y NUESTROS PRECEPTOS CONSTITUTIVOS, nos sentimos llamados a delinear algunos criterios básicos que deben orientar la fijación de perspectivas, de objetivos y de campos, para todo compromiso apostólico que asumamos ya sea a título personal como de la Comunión.

9.1. Ante todo, somos conscientes de la necesidad de formarnos inicial y permanentemente en diversos ámbitos, como presupuestos para poder asumir un compromiso apostólico coherente. Entre estos, podemos mencionar los siguientes:

9.1.1. Ámbito Espiritual: que constituye la base, para que, desde la profundidad de una actitud contemplativa, seamos capaces de discernir los signos de los tiempos y de reconocer la presencia del Reino en la realidad concreta de cada una de las personas a las que nos dirigimos. Para alcanzar los objetivos formativos en este ámbito, reconocemos como caminos privilegiados: la celebración de la Eucaristía, la Adoración al Santísimo Sacramento, así como el cultivo de una relación personal con María Santísima, dejándola que actúe como Madre, como Maestra y como Modelo de la actitud que estamos llamados a vivir.

9.1.2. Ámbito Intelectual: para contar con los elementos indispensables que nos permitan reconocer adecuadamente lo que es esencial e inherente a la Revelación, distinguiéndolo de lo meramente cultural y transitorio –lo cual supone una formación teológica integral, crítica y anclada en la Sagrada Escritura, en la Tradición, en la historia y en la vivencia espiritual–; así como para poder interpretar y emplear las formas y mediaciones culturales y de cualquier otra índole, a través de las cuales se identifican y se expresan los destinatarios de nuestro apostolado.

9.1.3. Ámbito Apostólico: de tal forma que se tenga la capacidad de establecer planes que, desde los reconocidos signos de presencia del Reino, vayan ayudando a que los destinatarios de nuestro apostolado, identifiquen la realidad y la profundidad de lo que nosotros reconocemos presente y actuante en ellos, aunque sea únicamente en manera germinal. De tal forma que, desde esa toma de conciencia, por los caminos que estén a su alcance –incluidos, preferentemente, los que nosotros les ofrecemos a través de las mediaciones cristianas- , dejen que esa presencia se llegue a desarrollar progresivamente en ellos.

9.2. Nuestra acción apostólica ad extra, en un primer momento, consiste en identificar e interpretar los signos de la presencia del Reino que logremos percibir en los destinatarios de nuestra labor. A este respecto tenemos que puntualizar:

9.2.1. Esto implica una actitud de escucha, de trabajo en equipo y de discernimiento constante entre los responsables de la acción apostólica.

9.2.2. La conciencia de que, con mucha frecuencia, la “demanda religiosa” de los destinatarios, no corresponderá con lo que nosotros nos sentimos llamados a promover. Las razones de esto se encuentran explicadas en los numerales 8.4, 8.5 y 8.6, y se refieren, fundamentalmente, a la limitación que se tiene para interpretar adecuadamente la presencia desconocida del Reino, debido a su carácter novedoso, gratuito y paradójico.

9.2.3. Sin embargo, el punto de partida, de comunicación y de referencia inicial para todo trabajo apostólico, lo debe constituir, precisamente, el reconocimiento de las demandas religiosas –o si fuere el caso, la aparente ausencia de las mismas, esforzándose por identificar sus sustitutos–. Y esto requerirá mantener una actitud de diálogo y de discernimiento con los destinatarios del apostolado para que, progresivamente y, desde su propia experiencia, se vayan relativizando las demandas iniciales y se camine hacia la meta ideal.

9.3. Elementos que consideramos esenciales en toda acción apostólica que realicemos.

9.3.1. El primer elemento lo constituye la apertura y el servicio radical al Reino. Consideramos que el Reino se manifiesta gracias a que el Espíritu de Cristo Resucitado que se hace presente en la historia, para hacer posible el desarrollo de la nueva creación y del nuevo ser de cada persona.

9.3.2. Toda acción apostólica debe caracterizarse por su dimensión ecuménica. Esto no implica que ignoremos o relativicemos la identidad católica a la que pertenecemos y desde cuya perspectiva actuamos sino, al tener como meta el llegar a reconocer la presencia del Reino, se está abiertos a la experiencia radical de unidad, aún cuando, igualmente, se perciba la subsistencia de una serie de elementos que, por ser antagónicos al Reino, aún hacen que, históricamente, no se alcance externa e institucionalmente la plenitud de comunión.

9.3.3. Igualmente toda acción tiene un carácter universal. Tanto porque se dirige a todo ser humano, como por considerar que en toda la realidad, por variada y contradictoria que sea, subsiste, en cierta forma, la presencia del Reino, que nosotros nos sentimos llamados a reconocer y promover.

9.3.4. Consideramos que todo el proceso de desarrollo y comprensión de la nueva creación se lleva a cabo desde el dinamismo interno del que ella misma es portadora y desde el conocimiento originario que surge de su experimentación. Como consecuencia, la interpretación de la experiencia del Reino y de las acciones a través de las cuales se concretiza esta experiencia fundamental, se hace desde la luz y el horizonte que proporciona el conocimiento originario que de ésta emerge, aún cuando para expresarse recurra a diferentes mediaciones –culturales, filosóficas o explícitamente religiosas–. Esto incluso vale para el cristiano quien, a pesar de reconocer el valor normativo y la fuente de Verdad Revelada en la Sagrada Escritura y la Tradición, al tener la luz proveniente de la experiencia del Reino, hace una interpretación en consonancia con lo que constituye las raíces y el contenido del dogma, pero no por la vía de la autoridad sino de la interioridad.


IV- NUESTROS OBJETIVOS APOSTÓLICOS

10. Reconocemos como objetivo general de toda nuestra acción apostólica el siguiente:

Impulsar la toma de conciencia del dinamismo que genera la nueva creación, que iniciado por la encarnación, muerte y resurrección de Jesucristo, se ha extendido a todo lo creado por el don del Espíritu Santo; para que, desde el reconocimiento de la presencia real y eficaz del Reino, las personas opten por abrirse a que el plan de salvación se realice en sus vidas, de tal forma que la nueva creación se oriente hacia su plenificación.

11. Teniendo como base de referencia es anterior objetivo, podemos fijar algunos objetivos específicos:

11.1. Asumir el compromiso constante, de parte de cada miembro de la comunión, de cultivar una espiritualidad profunda, orientada a la contemplación, para vivir a nivel personal, de manera consciente, el proceso de la nueva creación, siguiendo el ejemplo de María en Nazaret y teniendo como modelo el dinamismo implicado en el Misterio Eucarístico.

11.2. Ofrecer la propia vida y las oraciones constantes para que los seres humanos se abran a vivir el dinamismo de la nueva creación, siendo dóciles a la presencia transformadora del Espíritu en sus vidas y para que esto se concretice en la unidad entre los cristianos.

11.3. Mantenerse en actitud de discernimiento contemplativo, para reconocer los signos de presencia del Reino en cada persona y realidad, esforzándose por traducir ese reconocimiento en actitud de respeto, de entrega y de compromiso, para animar a que se abra el camino que conduzca a la plena manifestación del mismo.

11.4. Investigar y abrirse a la experimentación, con libertad de espíritu, de las diversas tradiciones cristianas no católicas, para identificar, desde su propio dinamismo, la presencia del Reino.

11.5. Promover la consecución de la unidad visible progresiva entre todos los cristianos, a partir del reconocimiento de la unidad real que existe, desde la percepción de la presencia del Reino en cada creyente y en cada Iglesia y comunión eclesial.

11.6. Identificar en los grupos y personas que, por diversas razones se encuentran o se sienten marginados religiosa, social, culturalmente o de otra manera, a través de la investigación y la interiorización, la presencia del Reino, para animarles al reconocimiento de la dignidad fundamental que se tiene en todos los campos de la existencia y ayudarles a encontrar los caminos que les permitan salir de la experiencia de marginación.

11.7. Mantener conciencia del carácter universal de nuestra misión, para estar abiertos y disponibles a extender nuestro compromiso apostólico a todos los ambientes, lugares y categorías en donde se abran posibilidades.

V PRIORIDADES POR LAS QUE OPTAMOS

12. A partir de nuestros objetivos general y específicos, podemos delinear algunas de nuestras prioridades fundamentales:

12.1. Nuestro compromiso y acción apostólica se lleva a cabo prioritariamente en el ámbito del ser. Es decir, nos sentimos llamados, en primer lugar, a esforzarnos por hacer realidad en nuestra propia vida, lo que queremos descubrir e incrementar en los demás. Sabemos, sin embargo, que ese llegar a ser implica comprometernos tanto en nuestro crecimiento personal, como entregarnos en el servicio a los demás.

12.2. Consideramos esencial, para mantener una actitud cualificada de discernimiento, mantenernos en actitud constante de conversión y de formación intelectual permanente, en los diversos ámbitos del saber.

12.3. Consideramos que el compromiso por vivir con integridad, en profundidad y en comunión con Dios y con nuestros hermanos, constituye un campo prioritario y altamente cualificado de nuestra acción apostólica: siendo y haciendo lo que estamos llamados a ser y a hacer, estamos dejando que el dinamismo de la nueva creación se vaya convirtiendo en realidad en nosotros y este proceso –por ser todos parte del mismo cuerpo y por el misterio de la comunión de los santos–, alcanza una dimensión universal.

12.4. Nuestra proyección específicamente apostólica, para poder cumplir con sus objetivos y mantenerse dentro de la actitud indispensable de discernimiento, tiene que realizarse en equipo, desde la experiencia de comunión vivida en la comunidad. Aún los apostolados que no requieran la participación de más que un miembro, tienen que verse e interpretarse como expresión de toda la comunión.

12.5. Dentro de los límites impuestos por nuestras posibilidades y capacidad, nos sentimos llamados y abiertos a aceptar todas las formas apostólicas de intervención y participación en las que consideremos que existe el espacio indispensable para que pueda encarnarse y desarrollarse lo que reconocemos como básico e identificador de nuestra comunión.